domingo, 15 de septiembre de 2013

UN ELEFANTE EN MI CACHARRERÍA


Vivo en una cacharrería, por elección, aunque heredada de mi padre. Todo controlado. Cada cacharro cuelga de su gancho, ollas, perolas, cazos, sartenes y cucharones, todo a una distancia razonable, decidí separarlos un poco, pues mi padre los tenía demasiado juntos, para que no choquen y molesten con ruidos impertinentes sin ninguna razón. Me resulta bonito ver como cuelgan del techo, paredes, armarios. Brillan y cuando el sol entra por las ventanas reflejándose en ellos, se forma un espectáculo de destellos. Para vivir en armonía con ellos sólo tengo que gastar cuidado en esquivarlos al pasar o con las corrientes de aire o no respirar demasiado fuerte. Aunque a veces, abro las ventanas adrede para que choquen entre ellos y escucharlos, cosas de las herencias.

Ése día tenía planeado agarrar mi libro y no soltarlo hasta saber cómo terminaba. Tenía planeado hacerlo tumbada en el sofá y escuchando de fondo y suavecito, alguna música relajante o no, creo que Extremoduro fue  una buena opción.  Vestida de arriba a abajo con crema hidratante, mis mejores galas para las citas conmigo misma. Hace meses que incluyo éste ritual en mi vida, así consigo que los cacharros no suenen. A veces, incluso, me sirvo una copa de buen vino en una buena copa, con una copa buena de vino (trabalenguas) y entonces es cuando mas me quiero. Ése día iba a ser uno de mis días "Silencio", pero a veces, pasan cosas.

Pasó que escuché ruidos, ruidos que no me eran desconocidos, lo extraño fue que sonaban mucho mas fuertes de los normal. Hacía meses que un elefante barritaba bajo mis ventanas, ya me había acostumbrado, no era molesto, a decir verdad, casi echaba de menos cuando no se paraba a barritar un poco. Por mi barrio se pasean algunos elefantes. 

Los ruidos venían de la puerta de mi casa, el elefante barritador me pedía paso, no sé cómo subió. Me puse una bata y atónita le dí el permiso, tampoco sé porqué le dí el permiso. Me pareció tentador observar cómo iba a lograr traspasar la puerta sin caber por ella. Lo hizo sin siquiera romper la puerta y eso me gustó, me encadiló con su habilidad y lo dejé pasar. Siguió por el pasillo hasta el salón, no sin antes llevarse por delante, cazos, sartenes, perolas, calderos y cucharones. Extremoduro ya no se escuchaba, la copa de vino se rompió, el vino se derramo por el sofá, el libro cayó al suelo y perdió el marcapáginas. Cacharros por todos lados que caían al suelo chocando los unos contra los otros. Unos los pisó, a otros les daba patadas o con la trompa los aventaba, los colmillos llenos de jarras que se le enganchaban, las orejas iban arrasando todo lo que había colgado de las paredes. A miles de chinos se les podrían haber puesto nombre en tan solo unos minutos.

Ni siquiera le regané. Es un elefante y mi casa una cacharrería, yo le dejé entrar, nada que objetar. A veces pasan cosas, unas mas raras que otras, cosas que inventan sueños con chinos, destellos de colores, abrazos de elefante, músicas de otras selvas. A veces, contenemos la respiración para no hacer ruido y a veces nos salvan los sonidos estridentes de calderos. A veces no nos aguantamos y a veces un elefante puede ser la mejor compañía. A veces pasan cosas.